Un calor implacable derreetía ayer los termómetros de la capital. A las dos de la tarde el sol caía a plomo sobre el Espolón y proyectaba desde su cénit mezquinas sombras que se disputaron los centenares de burgaleses que se plantaron en el Arco de Santa María para escuchar el himno a Burgos. La mayoría hubo de exponer su testa a los rayos justicieros del astro rey, que perlaba de sudor las enfebrecidas frentes de los incondicionales al cántico compuesto por los maestros Calleja y Zurita y que sonó por primera vez en 1928.
El himno demostró toda la potencia con que fue concebido, pues las notas de la Banda Ciudad de Burgos y las voces de la Federación Coral lograron que un escalofrío recorriera la columna vertebral de los asistentes. A pesar de que a esas horas las temperaturas castigaban la capital con 40 grados centígrados.
Ayer también sonó un himno silecioso, el que interpretaron los niños de la Asociación de Familias de Personas Sordas (ARANSBUR), que emplearon la lengua de signos para que los burgaleses con discapacidad auditiva pudieran sentir la llamada de la tradición.
Desde que sonaron los clarines desde lo alto del balcón del Arco de Santa María hasta que el puente y el Espolón temblaron con el «¡Salve, tierra adorada de mis amores! ¡Salve, cuna sagrada de mis mayores!» final ningún burgalés movió un músculo, tanto solo los labios, para acompañar a la Coral hasta el aplauso final que dedicó toda la concurencia la calurosa -en todos los sentidos- actuación.
Cuando terminó algunos hicieron amago de formar corrillos para relatar las últimas anécdotas de las fiestas o para comentar su impresiones acerca de la corrida de toros de la tardes. Pero rápidamente se disolveron ordenadamente hacia los bares y terrazas de la zona. Y es que en estos días hay que hidratarse, dicen los especialistas. Y cerveza hay de sobra.
Fuente: Diario de Burgos.